4/9/2019 JOAN MANUEL ARNAU RECUERDO AMABLE...PERO EXIGENTE de JOAN MANUEL ARNAU, consiliario intercontinental en 1985 Mi primer contacto con el Padre François fue en Roma, en el Encuentro de la Fraternidad Internacional con el papa Pablo VI. Fue sólo eso: un encuentro: sólo verlo, sólo encontrarnos. Claro, guardo mis propias impresiones de él, evidentemente subjetivas: un hombre físicamente corpulento; un francés típico; de corta conversación pero muy directa; y, sobre todo, un sacerdote cercano y apóstol, formado en la teología tradicional anterior al Concilio Vaticano II. Como ocurre con toda persona humana, bajo estas apariencias externas, yo sabía que se manifestaba todo el núcleo medular de un Movimiento que me llenaba a mí como joven sacerdote, como amigo de unos cuantos fraternos a los que frecuentaba y a los que me unía una gran amistad... Pero..., aunque conocía sus mensajes, aún no “conocía” al Padre François. El conocimiento de su persona me llegó con el trato personal. Las elecciones celebradas en Loyola (año 1980) me convirtieron en su sucesor como Consiliario Internacional de la Fraternidad. El P. François, como Fundador y ya de 83 años, quedaba exento de viajes, de asambleas, de visitas pastorales. Sus palabras, directrices y opiniones tenían el valor de obligada referencia para estar seguros de la fidelidad al espíritu original de nuestro Movimiento, pero la responsabilidad directa de dirigir, orientar, decidir, organizar, animar... quedaba unida a la acción y a la gestión del Equipo Internacional. En nuestro diálogo profundo y continuado nació, creció y maduró mi afecto y respeto a la persona del P. François. Marie-Thérèse y yo íbamos hasta Verdún para comunicarnos con él y pedir su parecer, al finalizar nuestros viajes a los diferentes países y continentes, tras algunas asambleas nacionales e internacionales, tras comprobar el crecimiento, la debilidad o algunos problemas en los diferentes equipos o responsables. De este tiempo, entre otras, quedé impresionado por tres de sus reacciones. Sabía escuchar, y mucho. No tenía ninguna prisa cuando le contábamos nuestras alegrías o inquietudes y, sin embargo, sus intervenciones eran cortas, precisas, claras. Alguna vez le vi preocupado (lo veía en su rostro y en sus gestos), pero en él ganaba la caridad: alababa y resaltaba siempre algún aspecto positivo, comprendía la debilidad y confiaba en una buena reacción. Todo lo celebraba en la Eucaristía y en la oración: sus homilías eran cortas y vibrantes, pero también serenas y esperanzadoras. Quisiera compartir con vosotros algunos ejemplos de todo esto: En mi primer viaje a Verdún como Asesor Internacional, el P. François me invitó a conocer Benoîte-Vaux, el santuario mariano donde aquellos primeros enfermos decidieron dar a nuestro actual Movimiento el nombre de “la Fraternidad”. Él, emocionado profundamente, me habló de aquel primer grupo de enfermos que se reunía con él en Verdún, del que guardaba unos desgastados dibujos hechos por uno de ellos. Me contó sobre el terreno los momentos iniciales de aquella primera gracia, tan sencilla como importante. “El Señor nos ha visitado a todos nosotros -me dijo- en este santuario dedicado a su Madre”. Tras nuestro viaje a África, Marie-Thérèse y yo fuimos hasta el padre para compartir con él las recientes experiencias: contactos multitudinarios en el Camerún, sesiones y aventuras en Goma (entonces Zaire), las celebraciones y visitas en Bujumbura (Burundi), el trato con gentes sencillas, muy pobres, de Diabo (Burkina Faso), los contactos personales en Cotonou (el Benin)... Comentábamos el peligro del fácil paternalismo, de la gran enfermedad que es la pobreza material.... pero también la acogida bondadosa y gratuita de los sencillos, del amor que habíamos recibido, del dolor y esperanza que habíamos podido compartir... Y yo le comenté la crisis que pasé en mis primeros días de África al ver en ellos tanta necesidad y las ansias irresistibles que tenían por tocar y poseer algún bien material. Yo no podía aguantar más en aquellos momentos y sólo unas palabras de Marie-Thérèse pospusieron mi decisión de volver a Europa. El comentario del P. François fue éste: “Qué bueno que no se cumpliera tu voluntad. La Fraternidad ha de estar con los más pobres y sencillos, con los de gran corazón, con los que añoran -aún sin saberlo- el amor del Padre que pueden sentir con nuestra cercanía”. Finalizado uno de nuestros viajes a América, le contábamos al P. François el dinamismo, la juventud y la sinceridad de esta Frater alegre y comprometida: las sesiones de formación, la visita a muchos equipos de diferentes diócesis y países, las asambleas de responsables en las que participábamos... Aparecían también algunos problemas de importancia: protagonismo de algunos consiliarios y colaboradores sanos, algunos responsables con más voluntad de acción que de formación... Hablábamos igualmente de las concentraciones y manifestaciones sociales en las la Frater era protagonista y organizadora... Él, tras escucharnos y sin cortarnos para nada, concluyó: “Juventud y dinamismo son una gracia. Desconozco el rumbo que tomarán algunas de las cosas que contáis. Yo sólo os digo que, si en las reuniones se celebra la Eucaristía y si los responsables tienen tiempo para la oración, no tengo ningún miedo. Y no lo tengo porque, así, no acabarán imponiéndose nuestros criterios, que pueden ser mundanos, sino el criterio de Dios, que coincide con el bien del hombre” En varias ocasiones compartimos con el P. François la vitalidad y las inquietudes de la Fraternidad de Europa: responsables decididos, fraternos integrados en el apostolado, grupos de Frater trabajando con otros Movimientos de Iglesia y asociaciones sociales... Aparecían también algunos problemas de importancia: responsables con inquietud religiosa pero poco misioneros, algunas Fraternidades y fraternos que empezaban a disponer de subvenciones económicas, aumento de bienes materiales, responsables que envejecían sin sucesores formados... Él, que conocía directamente la realidad europea del Movimiento, nos contestó en cierta ocasión: “A mí sí que me duele la pérdida de espíritu misionero o el poco interés apostólico. Vosotros, sin embargo,no apaguéis nunca la llama que arde todavía, confirmad a vuestros hermanos y, si descubrís al- gún peligro de comodidad o de apego material, corregid con toda caridad” No sé si el P. François sintonizaba del todo con mi manera de ser y de ver algunas cosas, ciertas actitudes o determinadas decisiones. Sí que confieso que yo acudía hasta él con el ánimo de cambiar y perfeccionar lo que a mi manera de ver podía ser una solución. Al fin y al cabo, su fidelidad, su larga experiencia y su celo por lo que consideraba fundamental eran para mí un plus que yo debía respetar y valorar sinceramente. Y he de decir que nunca jamás encontró nuestras decisiones desacertadas o imprudentes. Ya para terminar, me urge incluir aquí la breve y ,para mí, acertada frase que me escribió en un uno de sus libros dom Hèlder Câmara (Recife, 1982): “Continuad, continuad vuestro apostolado, inspirado ciertamente por el Espíritu Santo”. Sí, creo como él, que nuestro Movimiento es un don del Espíritu. De ahí que es una ineludible responsabilidad continuar trabajando con lo mejor de nosotros mismos. Este don tiene en su núcleo más medular aquella originalidad del principio: “levántate y anda”, los contactos personales, “el apóstol más idóneo del enfermo y minusválido será el propio enfermo y minusválido”, la formación de los responsables, el trabajo en equipo... Marie-Thérèse y yo tuvimos la suerte de poder acudir a la fuente misma durante los años de nuestra responsabilidad internacional. Ahora, veinticinco años ya sin la presencia física del P. François, tendremos que seguir acudiendo al espíritu de los orígenes para seguir siendo fieles al don del Espíritu, que continúa dando vida a nuestro corazón y a nuestras manos.